Marcel Quintana echa para atrás el DVD de su cabeza con el propósito de recordar cómo recibió la noticia, hace 22 años atrás, de que era seropositivo. Y se encuentra con un muchacho –él mismo– sin plena conciencia de lo que significaba ese matrimonio forzado con el virus de inmunodeficiencia humana. "Yo era un chamo muy chamo", rememora, con sus 42 años a cuestas (nació el 13 de agosto de 1966). "Cuando tienes 20 años y te dan esa noticia no cambia nada; tampoco se conocía bien la enfermedad. Sólo escuché el comentario de un médico que me dijo `eso te pasó por marico’. Hoy en día es un gran amigo, uno de los mejores infectólogos del país". Marcel estaba recién graduado de ingeniero en la Unexpo. Trabajaba en una trasnacional. "Tenía dos amigos. Un día, en la hora de almuerzo, uno lloraba y otro lo consolaba. Les pregunté: `¿Qué les pasa?’. Uno de ellos contestó: `Es que me quedan tres meses de vida, porque tengo sida y me voy a morir’. Al otro amigo también le habían dado el diagnóstico. Les respondí: `Somos tres, y me quedan menos meses de vida que a ustedes, porque tengo ese mismo papel desde hace 15 días’. En ese momento entendí que sufría de algo grave". Se dedicó a investigar sobre el sida. "Encontré que había un medicamento llamado AZT, pero que quien lo usaba se moría más rápido". Tomó, entonces, la gran decisión: no utilizar antirretrovirales, pero hacer ejercicio, comer y dormir bien.
Así, a punta de puras sonrisas y de una actitud positiva ("me ayudaron las ganas de seguir", asegura), Marcel logró vivir más de 10 años con el VIH como quien vive con una amenaza que nunca se concreta. En su gaveta no faltó el AZT, porque su médica, Yajaira Roldán, le daba la droga. "Ella estaba convencida de que yo lo tomaba. Tenía los frascos en mi casa. No los consumí nunca. Pero sí tomé productos naturales como nadie". Así nació ASES. Su caída –como la llama– ocurrió a los 14 años del diagnóstico. "Entré en un estado depresivo, me dio por beber y bonchar. Agarré Cryptosporidium, un protozoario que se aloja en el intestino y te produce vómito y diarrea al mismo tiempo. Me hospitalizaron en El Algodonal durante tres meses; la hermana de un amigo que murió de VIH le dio a mi mamá la caja del medicamento que yo necesitaba. Comencé a ver cómo los amigos con VIH se morían porque no podían comprar los antirretrovirales". Se salvó del Cryptosporidium, pero lo acorraló una neuropatía periférica. A él, un hombre hiperquinético, le auguraron que sólo caminaría con bastón o muletas. "Yo respondí que si había entrado caminando, saldría caminando. Pero estaba muy flaquito, pesaba apenas 35 kilos. Mi mamá descubrió Acción Ecuménica, y probé una vacuna que ellos estaban experimentando. Los dolores desaparecieron con las ganas de vivir y luchar. En Acción Ecuménica conocí a mi hermano, mi compañero y amigo Lowing González". Lowing quería darle forma a una organización de educación y salud para seres humanos seropositivos. "Disponíamos de 100.000 bolívares, y con eso pagamos el primer registro, logramos crear ASES, Asesoría en Educación y Salud en VIH/sida. Trabajábamos desde un cuartico prestado de 2 por 2 metros, con un teléfono también prestado, para ayudar a la gente que vivía con VIH. Nosotros visitábamos muchas ONG que brindaban servicios exclusivos, para diversos targets. Pero nosotros queríamos brindar servicios gratuitos, para todas las personas que los necesitaran, donde todo el mundo se viera por igual. Nuestra organización es la única que tiene una directiva VIH positiva. Yo soy homosexual, y me puedo entender con los pacientes que son homosexuales". Homosexual y seropositivo. Una orientación sexual y una condición que siguen irritando los prejuicios. Marcel ha contado siempre con su familia. Su mamá y su tía lo acompañan, incluso, a la marcha del orgullo gay. Sin embargo, lamenta la discriminación: "No puedes darte la mano o un beso con tu novio, como lo hace una pareja. Creo que algún día la sociedad entenderá que los homosexuales somos hijos de heterosexuales, no somos hijos de marcianos". Desde la crisis, aceptó los antirretrovirales como compañeros de viaje. "Empecé con
56 pastillas diarias, y ahora tomo 7 pastillas al día. Es una terapia mejorada. Me la da el Estado gratuitamente. Tenemos acceso universal al tratamiento, que lo ganamos después de luchar". Otras cosas variaron. Una de ellas, su vida amorosa. "Logré enamorarme del condón", confiesa. "Un poco tarde, pero aprendí. Llevo muchos años infectado, pero no me ha dado una infección de transmisión sexual. Lo primero que yo pido es que nos cuidemos". Aunque parezca asombroso que alguien considere una enfermedad crónica como algo positivo, Marcel afirma sin dudarlo que sus 22 años con el virus de inmunodeficiencia humana han sido muy buenos, muy felices. "Con el VIH me cambió la vida: para ser más feliz, para trabajar con la gente, para hacer trabajo social, para valorarme como persona, para quererme más". Y para suscribirlo, anuncia que estudiará Medicina en la Universidad Bolivariana mientras sonríe con los ojos llenitos de futuro.
[ ... ]